Realismo económico


Al margen de la deplorable actuación de las autoridades federales encargadas de la vigilancia en las prisiones de alta seguridad, de las increíbles artimañas desplegadas por el “Chapo” Guzmán para escapar de una de esas prisiones, de las maravillas ingenieriles que construyen enormes túneles sin que nadie los detecte, y del escandalazo que estos asuntos han generado en el mundo de la comunicación, hay otros temas que nos afectan, y que debemos analizar para poder llegar a conclusiones y soluciones que en verdad urgen. Temas no resueltos que permaneces vigentes, y que amenazan con convertirse en nuevos focos de conflicto dentro de una entidad maltrecha y desplomada que, como Sonora, se encuentra a punto de tronar por todas sus costuras.

Seguramente usted ha oído hablar del concepto “realismo económico”. No es algo nuevo. En un descuido pudiera usted resultar un experto en este tema que a los gobernantes les causa ñáñaras y a los ciudadanos temblorinas de pavor. En esencia el realismo económico implica que debemos pagar las cosas, servicios o productos, a su precio real, y los precios reales muchas veces son impagables para un pueblo que se debate entre la pobreza a secas y la pobreza extrema, que es la más cabrona de las pobrezas. De ahí provienen los subsidios que los gobiernos no tienen más remedio que otorgar, a menos que quieran provocar un levantamiento de las masas depauperadas por infinidad de motivos e infinidad de vicios y malformaciones económicas y sociales.

En economías tercermundistas como la mexicana, que no termina de salir de una crisis cuando ya está entrando en otra, cada una peor y más terrible que la anterior, los subsidios oficiales son prácticamente inevitables, aunque representan una enorme sangría para los erarios públicos, que de esta manera se involucran en el socorrido fenómeno de cortarle de un lado para pegarle de otro, y en el que muchas veces -por no decir siempre- se pierde más al cortar que lo que se gana al pegar. En este pernicioso manejo suelen aparecer, entre otras cosas, los moches y otras lindezas por el estilo. El caso más representativo de lo que significa un subsidio lo tenemos en el precio de las gasolinas y lubricantes, que bajo el modelo de realismo económico simple y sencillamente no habría forma de pagarlos. Otro subsidio gigante, especialmente en nuestra región, es el que se aplica al consumo de energía eléctrica, que para la mayoría sería tan impagable como las gasolinas. Ergo, el gobierno federal destina decenas de miles de millones en subsidiar ambos.

Tiempos hubo en que el gobierno subsidiaba casi todo: La tortilla de maíz, la harina de trigo (con lo que la mayoría de los harineros del país amasaron fortunas inmensas), la leche, el frijol, el gas, etcétera. Y dentro este amplio etcétera está el agua potable.

Los consumidores nunca hemos sabido bien a bien cómo se calculan las tarifas en general y qué conceptos las integran, de esta forma pagamos a ciegas, sin saber exactamente qué o por qué. Las autoridades, dependencias y organismos operadores no nos lo dicen porque no les interesa que sepamos, y eso genera las oscuras sombras de ignorancia, de dudas, de corrupción y falta de eficiencia que encarecen los costos de los servicios básicos para los consumidores. Y en forma elegante, aunque profundamente perversa, le llaman “realismo económico”, porque de realismo tiene lo que yo de experto en nanotecnología.

En mi caso particular, y en cuanto a los recibos mensuales por consumo de agua potable, me es difícil saber cuál es la tarifa que estoy pagando. El mes anterior consumí 3 m3 y pagué 93 pesos, o sea 31.33 pesos por m3. Este mes pagaré 84 pesos por 6 m3, o sea 14 pesos por m3. Como puede usted ver, no tiene pies ni cabeza, pero ir a las oficinas centrales a tratar de aclarar las absurdas variaciones implica una inútil pérdida de tiempo, y además tener que alegar con una sarta de empleados que jamás aclaran nada. Mejor ahorrarse corajes y pagar lo que marcan los recibos, que ahora son expedidos directamente por unas maquinitas portátiles birlochas.

Jamás se ha podido implantar en la mente de los consumidores la idea de que el agua potable es un insumo como cualquier otro, y que debemos pagarla a su costo real. Ya se fueron aquellos tiempos en que el agua prácticamente no debía costar -y de hecho no costaba- porque caía del cielo, y todo lo que cae del cielo, aunque sea un aerolito, es regalo de Dios. Hoy el agua es cara, porque es cada vez más escasa y porque las obras que se tienen que realizar para suministrarla a los consumidores implican inversiones enormes, y los costos de distribución de igual manera. Pero seguimos pensando que el agua debe ser barata, aunque la realidad nos diga que eso es un completo y absurdo desatino.

En el caso de Hermosillo hay un sinfín de factores que inciden en el costo del agua. En primer lugar las crónicas ineficiencias técnica y administrativa del organismo operador que gravitan fuertemente sobre el precio de venta del líquido, pero también los crecientes costos de la infraestructura física, los desperdicios, el costo de mantenimiento de los motores de las bombas, las válvulas y accesorios, y de las líneas de conducción, etcétera. Y desde luego el costo de la energía eléctrica que cada vez incide más en los costos de producción del agua que ocupamos para nuestras necesidades.

Cuando por allá en 1996, en tiempos de Armando López Nogales, se empezó a manejar como proyecto la construcción de una planta desalinizadora por rumbos de Bahía de Kino, para resolver la creciente crisis de desabasto de agua en Hermosillo, el costo del agua desalinizada siempre estuvo sobre el tapete de las discusiones. El monto total de la inversión, si mal no recuerdo, era de alrededor de 3 mil 500 millones de pesos, amortizables en 20 años. Se llegaron a manejar precios de venta de entre 12 y 18 pesos por m3. Este costo fue uno de los más importantes argumentos, aparte de los de tipo ecológico y demás. El proyecto se desechó, principalmente por la presión política ejercida por el PAN y el entonces alcalde Francisco Búrquez, que llegó a decir que no había necesidad de esa o cualquier otra gran obra, porque Hermosillo prácticamente flotaba sobre un océano subterráneo de agua. Una estupidez que define a Búrquez como lo que es: Un mentecato de pies a cabeza.

Acatando las disposiciones de ley, el organismo operador de Hermosillo le fue transferido por el gobierno del estado al ayuntamiento encabezado por Pancho Búrquez, totalmente saneado en cuanto a pasivos, y con suficiente dinero en caja para operar sin problemas durante el resto del trienio. Como resultado de las sucesivas administraciones del organismo paramunicipal, este no tardó en volver a caer en la insolvencia, demandando constantes subsidios del erario municipal, y en la actualidad sus pasivos se estiman superiores a los mil millones de pesos, y probablemente más. El desastre es tan grande ahí, como lo es en todas las demás dependencias municipales y paramunicipales de esta capital.

Cuando Guillermo Padrés, actuando en forma despótica y unilateral, decidió construir un acueducto entre El Novillo y Hermosillo, violando todas las reglas, las normas y las leyes habidas y por haber, y pasando por encima de toda oposición ciudadana, jamás se mencionó el monto total de inversión en esa obra, ni el costo de su operación y mantenimiento, como factores dentro de las tarifas de consumo para los hermosillenses. Claro, no era estratégicamente conveniente discutir eso. Los consumidores simplemente olvidaron que es imposible subsidiar esas sumas tan enormes, y que bien a bien no conocemos. Tal vez igualmente creyeron que era un regalo de los dioses, y jamás pensaron que eventualmente la cruel realidad los alcanzaría, como seguramente sucederá.

Por otro lado, tenemos la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) que prácticamente está lista para ser puesta en operación, lo que también implicará un cargo extra adicional que por disposición legal se tendrá que hacer al consumo de agua en los recibos mensuales. Y aunque la siguiente administración no lo quiera, ni los consumidores hermosillenses lo aceptemos, esas son realidad de las que es imposible escapar, porque siendo realistas, debemos aceptar que las finanzas municipales, las estatales y las federales andan por la calle de la amargura esquina con suplicio, y es muy poco probable que se recuperen en el corto y mediano plazo. Los cueros finalmente tendrán que salir de las mismas correas de siempre -o sea de los consumidores cautivos- porque no hay de otra. Ojalá me equivoque, pero a mi leal saber y entender pienso que así pintan las cosas.

Me pregunto qué pensará la gente de Hermosillo de este panorama, y cuál será su actitud cuando se entere de que los costos del tristemente famoso “acueducto Independencia”, la obra magna mediante la cual se hincharon de robar dinero Guillermo Padrés y socios que lo acompañaron en el asombroso pillaje sexenal, saldrá de las maltrechas economías familiares de los habitantes de la semiderruida capital de Sonora. Otro tercio de leña más que se carga sobre el lomo de un pueblo abrumado y apaleado por las pésimas administraciones municipales panistas que se han coludido con las estatales del mismo sello y color para emprender y realizar la mayor depredación que estas tierras han conocido.

El “acueducto Independencia” representa ciertamente una obra que nos fue metida por el gaznate a fuerza de ilegalidades, mentiras, manipulaciones y nauseabundas complicidades, y también es cierto que costó más de 4 mil millones de pesos, que nadie sabe cómo ni de dónde llegaron. Pero el hecho es que ahí está, funcionando apenas al mínimo y dando dolores de cabeza a las autoridades que llegan. Y para los consumidores de Hermosillo significa una carga adicional con la que no contaban, y que tendrán que enfrentar.

El realismo económico es lógico y tiene sentido, aunque nos moleste y desagrade aceptarlo como necesario, pero una cosa es el realismo que nos imponen los factores externos que dentro de una globalidad aceptada son inevitables, y otra cosa, muy diferente, es tener que cargar con el peso de las malas decisiones y las bribonadas de los gobiernos de ineptitud e improvisaciones emanados del PAN, como han demostrado ser los de Pancho Búrquez, Javier Gándara, Alejandro López Caballero y Guillermo Padrés que, con todo y sus estrellitas apagadas, se lleva además el trofeo y las medallas como el más corrupto que haya habido jamás en estas tierras.

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