El Mercado Municipal No.1



No se imaginan el enorme gusto que siento al enterarme de que el Ayuntamiento de Hermosillo invertirá 10 millones de pesos en una primera etapa de las obras de mejoramiento del viejo Mercado Municipal No.1, uno de los pocos icónicos sitios históricos que nos quedan y permanecen, ante el desinterés absoluto y las estupideces de los dos últimos gobiernos panistas que entre 2009 y 2015 azotaron cual devastadores huracanes a esta maltrecha ciudad que, pasito a pasito y pian pianito, va recuperando algo de su antigua prestancia. No es mucha, hay que decirlo, y hará falta bastante más tiempo del año que le queda a este trienio para poder empezar a cantar victoria, pero los esfuerzos que está haciendo la actual administración son notorios y debemos reconocerlos, al margen del constante golpeo político que se ha dado desde la defenestración del PAN del gobierno estatal, y del gobierno municipal de Hermosillo.

El Mercado Municipal de Hermosillo abrió por vez primera sus puertas en el año de 1913, y ocupa la manzana rodeada por las calles Monterrey al norte, Elías Calles (antes Vildósola) al sur, Matamoros al oriente y Guerrero (hoy peatonal) al poniente. Este es el mercado popular más antiguo y conocido de la ciudad, y se encuentra ubicado en el antiguo centro de la ciudad que, a pesar del tiempo y el desbordado crecimiento, sigue siendo el verdadero corazón de la ciudad. Este mercado originalmente se llamó “Pascual Orozco” nombre que fue cambiado por el de “José María Pino Suárez”, que perdura hasta la fecha. Es un establecimiento icónico de la ciudad y ha sobrevivido por muchos años, pesar de la presencia de los modernos centros comerciales ubicados en las diferentes zonas de la ciudad. El vetusto edificio, que ha sido restaurado en diversas ocasiones, es uno de los patrimonios históricos de esta ciudad capital, y el estado.

El edificio tiene ocho accesos: uno en cada esquina y uno en cada centro de los tramos de calle que lo rodean. En su interior se localizan los tradicionales puestos de fruta y verdura, y sobre el pasillo periférico interior se localizan las carnicerías donde se ofrece la matanza fresca del día. Sobre los ocho pasillos de acceso se localizan los puestos de comida tradicional, café, antojitos, y demás. Como dato histórico le diré al lector que en otra época ahí estuvieron algunos negocios de gente muy conocida, como el expendio de pescado y mariscos de don Enrique Salazar (padre de mis amigos Gilberto “El Gay” y Francisco “El Sahui”), los abarrotes del señor Piña, el famoso Café Elvira y un largo etcétera. En la periferia exterior del edificio de pueden encontrar las tienditas de mercería y bonetería, curiosidades, y demás. Este es, a grandes rasgos, el Mercado Municipal No.1 de Hermosillo.

En el entorno cercano del Mercado se ubicaron en otro tiempo algunos de los negocios más importantes que había en la ciudad. Por mencionar solo algunos: La Abarrotera de Sonora de los Hoeffer, La Cosalteca de los Mazón, la Ferretería de don Manuel Puebla, la Casa Oloño, La Parisiense de los Beraud, El Progreso de don Rubén González, la Óptica Morfin, la tienda El Paso de los Sánchez, la Joyería La Violeta, la Casa Romo, el Hotel Laval, Seguros del Pacífico, la Botica del Pueblo y la Botica Nueva, la Mexsuiza de Occidente, el recientemente demolido Hotel De Anza (posteriormente Hotel Niza), la Panadería Modelo, la Casa Duarte, la Zapatería Cabanillas, y una gran cantidad de otros negocios de diferente giro que resultaría prolijo enumerar.

Para los viejos hermosillenses, como el que esto escribe, el Mercado No.1 es un sitio plagado de nostalgia y de memoriosos recuerdos. En lo personal me ligan a él, desde temprana edad y siendo todavía chamaco, una multitud de visitas acompañando a mi difunta madre para ayudarle a cargar la bolsa del mandado que transportaba caminando las cinco cuadras que hay desde el Mercado hasta la calle Garmendia (entre Sonora y Yucatán, hoy Colosio), donde nuestra familia vivió durante muchos años.

De esa infinidad de ires y venires nace mi amor por esta zona de aquella ciudad que tanto disfruté, hasta que me vi obligado a abandonarla para realizar mis estudios, primero en Monterrey y posteriormente en la ciudad de México. Muchas décadas han transcurrido, pero jamás he podido olvidar las viejas calles, la multitud de tiendas, puestos de comida, las humildes fondas y jonucos, las viejas cantinas, los rincones y los olores de aquel viejo centro donde, en el siglo pasado, se concentraba la vida comercial de nuestra entonces pequeña ciudad.

La inmensa mayoría de todo aquel conjunto de negocios y lugares ya no existe. Han desaparecido y han sido sustituidos por nuevos negocios de toda índole, con lo cual esta zona tan importante de la ciudad mantiene su vitalidad y sus atractivos. Lo que da pena es el estado en que su imagen general de mantiene. Los puestos ambulantes, el estado lamentable de sus banquetas y calles, la suciedad, la contaminación visual y auditiva, y el aspecto de gran parte de las construcciones es como para ponerse a llorar.

La absurda remodelación de fachadas que para dejar su huella realizara Javier Gándara, pasándose por lo más pando las reglas en materia de regeneración de edificios históricos, le arrebató el carácter que tenía esa parte de la ciudad. Lo que quedó, y que permanecerá para siempre, o hasta que llegue otro munícipe con ínfulas de regenerador de zonas históricas, es una melambrea infame que demerita gravemente el pasado histórico de nuestra ciudad que, precisamente por no ser muy abundante, debería ser cuidado y protegido con el máximo respeto y esmero por las sucesivas autoridades, y por los habitantes de esta ciudad.

Entre otras tareas igualmente importantes, ese fue el objetivo original que se planteó el Consejo Consultivo de Zona Histórica de Hermosillo, A.C. integrado por cerca de un centenar de ciudadanos interesados y comprometidos, y que fuera creado hacia la mitad del trienio de Ernesto Gándara y enterrado por su sucesor Javier Gándara. Un Consejo que desapareció cuando apenas empezaba a mostrar sus primeros frutos, y que seguramente se hubiera opuesto a las barbaridades que realizó don Javier en la Zona Histórica de la ciudad, sin que nadie en lo absoluto levantara la voz en señal de protesta. Y el infame INAH, menos que nadie.

Por eso me dio tanto gusto que “El Maloro” Acosta haya tomado la decisión de darle un buen entre al Mercado No.1 en una primera etapa en que, previa licitación pública, se llevarán a cabo una serie de trabajos estructurales en el edificio, electrificación, sistema de ventilación, medidas diversas de protección civil, mantenimiento de la techumbre y descargas de drenaje. Lo más importante de todo es no alterar en ningún momento el aspecto y la integridad arquitectónica del vetusto inmueble, que ya cumple 104 años de vida.

Como un ejemplo de lo importante que es para esta y cualquier otra ciudad el mantenimiento y la conservación respetuosa de sus edificios y lugares históricos, le puedo mencionar a usted el Programa “Viactiva, Tu ciudad, Tu espacio” que implementó el actual Ayuntamiento, que arrancó el domingo 6 de marzo de 2016, y que en mi opinión constituye el programa más exitoso de la actual administración. Según declaró el alcalde “Maloro” Acosta al arrancar Viactiva, el objetivo fue y es recuperar nuestro Centro Histórico, y la mejor manera y el primer paso para recuperarlo es precisamente hacer que los ciudadanos hermosillenses lo adopten en aspectos tales como cultura, arte, deporte y entretenimiento sano.

Aunque Viactiva tiene poco que ver con la regeración de los espacios, los edificios, las construcciones y las calles de la Zona Histórica, en cambio tiene todo que ver con su revitalización, un aspecto que desde mi punto de vista ocupa el segundo lugar en las prioridades, porque no puede haber nada más triste y deprimente que una Zona Histórica muerta, en esta y en cualquier otra ciudad. Viactiva ha venido a dotar de vida y energía al viejo centro de Hermosillo, que desde hace tiempo venía dando claras señales de desfallecimiento.

El “Maloro” Acosta ha sido mucho mejor alcalde de lo que muchos hermosillenses consideran, sin lugar a dudas inducidos por las ridículas, aunque machaconas campañas críticas emprendidas por los que, habiendo sido desplazados en las elecciones de 2015 por el voto de una ciudadanía harta de corrupción, ineptitudes y arbitrariedades, sueñan con volver a apoderarse de lo que, bien o mal, con razón o sin razón, se considera “la joya de la corona” de Sonora. Una joya desde luego muy discutible bajo determinados criterios, pero joya al fin y al cabo.

Agradeceré su comentario a continuación, o envíelo a oscar.romo@casadelasideas.com

En Twitter soy @ChapoRomo

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