Lolis



* Lolis *
Por Óscar Romo Salazar

En algún artículo anterior anterior le he platicado a usted que mi esposa y yo tenemos una buena amiga que reside en Guadalajara, Jalisco. Su nombre es María Dolores y sus amigos le decimos “Lolis”. Es una mujer profundamente congruente, muy inteligente y extraordinariamente sensible. Siendo una mujer de amplia cultura y de refinadas maneras, es de esas personas con las que resulta un deleite conversar, y que puede seguir cualquier tema con conocimiento y soltura. En las muchas visitas que Lolis ha hecho a nuestra tierra y a nuestra ciudad, he tenido el privilegio de compartir largas horas de charla con ella, y me fascinan su agudeza mental y la visión que tiene de la vida y de la naturaleza humana. Con lo dicho basta y sobra para que usted se de cuenta de que nuestra amiga Lolis es una persona fuera de serie.

Desde hace mucho tiempo acostumbra venir cada año a visitar al grupo de sus amigas sonorenses que la esperan puntualmente, más o menos en esta época del año. Yo he tenido la inmensa fortuna de hacerme su amigo, por mediación de mi esposa María Emma, que es una de sus grandes amigas, además de que fueron compañeras y compartieron el servicio a miles de mujeres cuando fueron integrantes de la Asociación Mexicana para la Superación Integral de la Familia (AMSIF) durante 20 años, hasta que mi esposa tuvo que abandonar ese apostolado (porque verdaderamente lo es) a causa de su problema de artritis reumatoide que la aqueja desde 2001.

Esos años que mi esposa dedicó toda su energía a AMSIF, sin descuidar sus deberes de madre y esposa, constituyeron tal vez el período más enriquecedor de nuestra larga y feliz vida matrimonial, porque a medida de que ella crecía y maduraba en su consciencia social, y en el servicio a la infinidad mujeres en las que dejaron honda y benéfica huella, me hacía mejorar y superarme también a mi y a nuestra familia. Me decía “En AMSIF nos evangelizamos a medida que evangelizamos, y nos formamos a medida que formamos”… ¿Es preciso decir más?

Lolis acaba de arribar a su 70 aniversario de vida, o sea que es diez años menor que nosotros, lo cual no tiene el menor significado en lo que se refiere a nuestra relación afectiva. Y a propósito de su aniversario, tuvo el excelente detalle de compartir con nosotros el escrito que leyó ante sus invitados en la fiesta que su familia le hizo para festejar su cumpleaños, allá en la Perla Tapatía. En dicho escrito menciona por sus nombres a todas y cada una de las personas que han sido importantes en su existencia, y les agradece lo que han dejado en su vida. “Regalos” le llama ella. Con su venia, transcribiré algunos trozos que he seleccionado del escrito de marras, tratando de pintar para usted un cuadro más completo y colorido de la personalidad y del espíritu de esta mujer tan singular y querida por nosotros.

“Por alguna circunstancia, me nombraron María Dolores; aunque yo soy Lolis, y agradezco la vida a Dios y a mi mamá, una hermosa mujer, que vivió una valiente historia de amor con mi papá y que desafortunadamente se fue muy pronto, dejándome no solo su ausencia, sino la de toda mi familia materna.
Tuve una abuela que me enseñó a creer y un padre que me enseñó a dudar, durante mi niñez, en mi adolescencia y en toda mi etapa de formación siempre estas dos formas de pensar existieron en mi vida y la complementaron. El creer firmemente en el dogma y el dudar, fundamentar, consultar y no aceptar la ciega creencia.
Mi papá fue un hombre libre en su alma y en su pensamiento. Seductor con las mujeres, querido por mucha gente, un hombre que me enseñó a conversar y disfrutar la sobremesa, el que podía escuchar cualquier cosa sin escandalizarse, el que me libró un día del convento, el que me escribía cartas cuando quería decirme algo importante, el que me enseñó a escuchar y amar la música, con quien podía comentar y discutir cualquier libro (los permitidos y también los prohibidos) el que me admiraba en cada logro de cualquier índole que yo obtenía. Él se declaraba feminista, yo en cambio lo consideraba un macho fino, muy fino y muy convincente. Ese, el conocido como el Dr. Zavala, fue mi papá. El que amó profundamente a sus hijos, a nuestros cónyuges y a nuestros hijos, quienes le llamaban cariñosamente “Viejo”. Ese Viejo que a través del tiempo sigo extrañando y en momentos trascendentes me gustaría que estuviera junto a mi.
Es difícil definir el grado de influencia que tienen las personas en nuestra vida por el tiempo que pasaron con nosotros. No son los años pasados en compañía lo que marca la importancia de quienes queremos. Es el caso de mi sobrina Pollita, hija de mi hermano Luisín y su esposa Lydia. Una niña muy joven a la que yo doblaba la edad. Tan diferentes las dos y al mismo tiempo tan compañeras, tan cómplices. En muchos momentos la parte creativa de mis trabajos, la crítica implacable de mis escritos y de las dinámicas que aplicaba. Decía que ella representaba a Nietzche y yo a Tagore, y la fusión de ambas fue lo que nos hizo crecer, divertirnos y enriquecernos mutuamente.
Lo que más me enseñó Pollita fue su valor para vivir la enfermedad y el dolor como un camino de evolución. Sometiéndose a todos los tratamientos con el deseo de curarse y sintiendo la frustración de no lograrlo, ella me dio el mejor curso de Tanatología, no con marcos teóricos sino con su propia vivencia. Me enseñó el valor de la vida y la aceptación de la muerte, compartiéndome y dialogando conmigo el qué y el cómo se le hace para morir a los 36 años, dejando a los que amaba y una vida que legítimamente le correspondía vivir.
Por último, hablando de los que se fueron, menciono a René, mi compañero de vida durante cuarenta años. Un hombre bueno, cuyo interés primordial fue el bienestar de su familia. Con él aprendí a viajar, disfrutar y conocer el mundo. A su lado me sentí querida, cuidada, protegida y nos vi a los dos construyendo una vida. Siempre me dio su apoyo y respeto en lo que yo me enrolaba, ya fuera estudio, trabajo o voluntariado. René me regaló mucho en vida y en su ausencia me sigue regalando la conciencia y la responsabilidad de hacerme cargo de mi misma, de tomar mis propias decisiones, comprender, perdonar y sanar lo que dolió en nuestra vida en común y saber y sentir que este presente me pertenece ya sin él.
Esos maestros me han enseñado a vivir su cercanía y también su distancia. Aprendí a descifrar sus códigos de comunicación, uno con muchas palabras, a veces confrontando y con múltiples disertaciones intelectuales. Otro, con monosílabos que encierran un cúmulo de emociones. He aprendido que ambos códigos encierran compromiso, aceptación, respeto y admiración. Los dos me regalan su cuidado, uno sobreprotector y el otro observador; pero siempre estando cuando yo les necesito. Me dan el regalo de ser mis espejos mostrándome lo que no veo de mi. Y también a través de ellos amo todas las cosas buenas que su padre les heredó.
Así como agradezco a las personas de mi familia los dones regalados, así también va mi gratitud a todas las instituciones educativas que me regalaron mucho de lo que ahora soy. Lo que más agradezco es que todas ellas me enseñaron a compartir y a vincularme. Fue de esta manera que un día después de terminar Desarrollo Humano, yo me dije: “¡que bien vivir en casa todo esto! pero ¿con quien más lo puedo compartir?”. Tuve mi respuesta en el voluntariado y a través de él, llegué al Cerro del 4 cuando ni siquiera había caminos para subir.
El trabajo de 25 años en el Cerro fue muy gratificante. Aprendí, de las mujeres que ahí habitaban, la lucha por la vida en condiciones totalmente precarias. Supe y constaté que creer en el Ser Humano mueve los entramados sociales en beneficio de una comunidad y que una verdadera Evangelización acoge y transforma todos los aspectos de la persona. En este trabajo voluntario me vinculé con un equipo de mujeres muy valiosas. Al día de hoy algunas de ellas siguen siendo mis grandes amigas y el cariño de sus familias es un privilegio para mi. También tuve la dicha de recorrer parte de la República y conocer diferentes idiosincracias y otras formas de vivir y trabajar en zonas marginadas. Me vinculé con muchas personas y de todas aprendí. Quiero mencionar a mi Sonora querida, en donde encontré y sigo encontrando la acogida cariñosa de la gente norteña, abierta y amorosa, que cada año me recibe en sus hogares.
Así como las instituciones educativas y sus maestros me han dado mucho de lo que soy, también en este momento agradezco a todos los autores de los libros que he leído y a todos los pensadores y poetas que me han transmitido sus ideas, sus emociones, descubrimientos y sus formas particulares de ver la vida y al ser humano en ella.
También de la forma más gozosa agradezco a la música y a sus músicos, la compañía y la inspiración perenne que he tenido de ellos. Yo no me concibo sin música ¡Muchas Gracias!
Deseo terminar esta lectura con un poema que le he pedido prestado a José Saramago, y que habla de agradecer y celebrar la vida y los años:

¿Que cuántos años tengo?

¿Que cuántos años tengo?
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido…
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo
otros “que estoy en el apogeo”.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!…
¡Estás muy viejo, ya no podrás!…
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa.. ¿Qué cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados,
mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas… ¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso!… ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder ya el miedo
y hacer lo que quiero y siento!
Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
¡¡aprendí a querer lo necesario, y a tomar sólo lo bueno!!

Espero su comentario en oscar.romo@casadelasideas.com
En Tweeter soy @ChapoRomo

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