Hermosillo no es un juguete

Entre los años 2009 y 2015 el municipio de Hermosillo fue ampliamente cubierto por la sombra oscura de dos gobiernos panistas consecutivos que resultaron deficientes al grado de desastre. Y para cualquier ciudad de Sonora, y muy en especial Hermosillo, seis años representan un período excesivamente largo como para arrojarlo a la basura. Al mismo tiempo que eso sucedía a nivel municipal, en la esfera estatal se había establecido ya el régimen padrés-ista, que fue una maldición de la que todavía no acabamos de recuperarnos. En todos los rincones de este amplio municipio cundió el maleficio, y fuimos víctimas no solo de la ineficiencia, los caprichos, los contubernios y la mala administración, además del atraco gubernamental más terrible que registran los anales históricos en Sonora.

El municipio que quizás llegó a niveles de depredación similares a los que sufrió el estado, fue el de Hermosillo. Sin embargo, por alguna razón, o por una serie de razones, en un principio y por algún tiempo, el fenómeno no se conoció, al menos no fue apreciable en la medida que hubiera sido necesario, conveniente y deseable. Ahí la impunidad tuvo orígenes diferentes, pero no por eso sus consecuencias fueron menos graves. Pero es imposible ocultar los pozos de inmundicia que se generaron en las administraciones que llegaron para abusar, para agandallar y robar todo cuanto encontraron a su paso. Igual que sucedió con el bárbaro Atila, rey de los Hunos, donde pisaron los caballos de aquella horda azul no quedó ni la hierba. Sonora fue un caso que quedará para la historia, y Hermosillo, la bulliciosa capital y centro del poder, no le va a la zaga.

En tiempos pasados Hermosillo tuvo administraciones terribles en cuanto a ineficiencia, inmoralidad y niveles de corrupción. Puedo mencionar como ejemplos la de Edmundo Astiazarán, que llegó para suplir a Carlos Robles Loustaunau, la de Gastón González Guerra, la de Casimiro Navarro y la de Francisco Búrquez. Y antes que las de ellos, la de Alfonso Aguayo Porchas. Algunas de esas administraciones provinieron del PRI, con el sello típico del viejo instituto político hegemónico, y otras del PAN, que empezaba a saborear las mieles del poder.

Otros gobiernos hemos tenido en este municipio que se hicieron merecedores de calificaciones que oscilan entre regular y bueno, como por ejemplo los de Eugenio Hernández, Alicia Arellano, Héctor Guillermo Balderrama, Guatimoc Iberri, Jorge Valencia, Ernesto Gándara y Manuel Ignacio Acosta, en la época moderna. Todos ellos han recibido críticas, como es natural, pero su desempeño se puede considerar positivo, y en ciertos casos, altamente positivo. Y en épocas pretéritas están los de Carlos Balderrama, Hilario Olea, Domingo Olivares, Roberto Romero, Alberto Gutiérrez y Jorge Valdez. Pero de entre las pésimas, ninguna es comparable con la que fue presidida por Alejandro López Caballero, político meloso y de maneras ladinas, pero que en realidad es un caballero infernal con guadaña y embozo negro.

¿Por qué pasó casi desapercibido el hoyo negro de corrupción que se abrió en el ayuntamiento de Hermosillo entre 2009 y 2015, a la par del que se creó en el estado de Sonora? Sin duda una de las explicaciones sería la dimensión del ámbito de influencia del estado en comparación con el del municipio, así sea el que aloja la capital. Por otra parte, un presupuesto anual estatal de ingresos que en 2014 llegó a 48 mil millones de pesos ofrece 48 mil millones de oportunidades más de corrupción que uno de 3 mil millones, que fue el de Hermosillo. Y desde luego, no podemos soslayar la importancia que tiene en las percepciones ciudadanas el manejo y control sobre los medios de comunicación y los comunicadores de mayor presencia e influencia.

Si a nivel gobierno del estado sobrevino un huracán fuerza 5 que acabó prácticamente con todo, en el ayuntamiento de Hermosillo tuvimos una tormenta tropical devastadora que se llevó de corbata el orden y la salud física, financiera y moral del municipio. Los resultados del vendaval estuvieron a la vista de todos los hermosillenses, y eso fue lo que recibió “El Maloro” Acosta a su llegada en septiembre de 2015, algo que muchos, por razones diversas, pretenden ignorar o descartar.

Sin embargo, y a pesar de que la cruda y descarnada realidad nos estuvo picando los ojos cada día, todos los días durante seis largos años, en la percepción generalizada de los hermosillenses aún no está clara la dimensión de la corrupción que campeó durante los períodos de gobierno municipal 2009-2012-2015, sobre todo el segundo, que fue puesto en manos de un vándalo superlativo e irresponsable de la talla de Alejandro López Caballero. “No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre”, dice el dicho, y el señor López Caballero jamás pidió que le dieran, sino que lo pusieran donde hubiera. Y donde lo pusieron hubo, y vaya que hubo para llevar a manos llenas y para retacar las alforjas.

La situación que tuvo que enfrentar Manuel Ignacio “Maloro” Acosta fue mucho más allá de la reposición de lo mucho que se llevó su antecesor inmediato, y de la reconstrucción de lo destruido y la reparación de lo descompuesto. No solo tuvo que enderezar las finanzas municipales despedazadas durante los dos trienios panistas mencionados, y reestructurar los enormes pasivos que heredó. Los daños físicos, financieros y estructurales que sufrió la infraestructura del municipio fueron enormes, pero los daños morales y anímicos que sufrieron los ciudadanos fueron infinitamente más grandes y dolorosos, y desde luego, todavía persisten y tardarán mucho tiempo en sanar… si es que algún día sanan. Hermosillo es sin lugar a dudas una ciudad con serios problemas de salud urbana, pero la comunidad hermosillense también padece graves enfermedades de tipo social, cívico y moral.

De cara a la elección del próximo alcalde de nuestra ciudad, es importante que la gente de Hermosillo capte en toda su magnitud la situación en que se encuentra el municipio en su totalidad, y no solo el casco urbano de la ciudad capital. El gobierno que hizo “El Maloro” fue mucho mejor de lo que los opositores han manejado insistentemente en todos los espacios de comunicación. Y aunque persisten grandes rezagos y los principales problemas no han desaparecido, la ciudad se encuentra incomparablemente mejor que como fue recibida por “El Maloro”.

No fue un leve catarro el deterioro integral provocado por la brutal corrupción que imperó en el trienio de Javier Gándara (2009-2012) y que prosiguió y fue incrementada en el de López Caballero (2012-2015) demostrándose así que las desgracias nunca vienen solas, a veces se dan en pares y hasta en tercias, como ocurrió entre 1998 y 2006 cuando gobernaron Jorge Valencia, Francisco Búrquez y Dolores del Río, del PAN, en forma consecutiva. En estos momentos el PAN, tradicional oponente electoral del PRI, yace en la lona y nada indica que se vaya a levantar, pero ha surgido otra fuerza política oponente, cuya dimensión es imposible desdeñar, y que de ser imperceptible hace apenas un año, se ha convertido en una ola que luce incontenible.

Para una ciudad que, como Hermosillo, ha sufrido tanto y de tantas maneras en manos de gobernantes incompetentes y corruptos, resulta imperioso no equivocarse, sobre todo en esta ocasión. Hermosillo está en el umbral del millón de habitantes, y la pujanza de la economía local resulta un polo de atracción para la llegada de nuevos habitantes de todos los puntos del estado y del país. Eso representa la necesidad perentoria de proveer más y mejores servicios, y reforzar considerablemente la precaria infraestructura urbana con que cuenta la ciudad. Los cambios políticos que se avizoran a nivel nacional obligan a elegir a un alcalde con capacidad de gestión y con dotes diplomáticas para entenderse con el que llegue a la presidencia.

Revise usted cuidadosamente el perfil y los antecedentes personales de cada uno de los y las aspirantes, y no permita que el ruido le ensordezca y la propaganda machacona le nuble el entendimiento. En un Hermosillo que se ha convertido en una moderna Torre de Babel donde todos hablan y nadie se entiende, donde todos gritan y patalean y nadie promueve la serenidad y la cordura, es de vital importancia que enfrentemos la elección de nuestro próximo alcalde con absoluta responsabilidad, haciendo oídos sordos a las majaderías insultantes y a las actitudes beligerantes y provocadoras de aquellos candidatos o candidatas que piensan que de esa manera se harán merecedores de nuestra confianza, y de nuestro voto.

Espero su comentario en oscar.romo@casadelasideas.com
En Tweeter soy @ChapoRomo

Comentarios

Comenta ésta nota

Su correo no será publicado, son obligatorios los campos marcados con: *