La holgura liberal de Krauze


Por Alberto Vizcarra Osuna

 

            En uno de sus videos más recientes, y más difundido, Enrique Krauze, con la voz engolada que lo hace presumir su principado intelectual en el vanidoso mundo liberal, reitera la advertencia sobre el supuesto peligro que representa para México, lo que él da en llamar la restauración de una presidencia fuerte, teniendo como antecedente las dictaduras de derecha o de izquierda, al tiempo que invita a la ciudadanía al ejercicio de un voto dividido, para evitar, según su dicho, que Andrés Manuel López Obrador, tenga mayoría en el Congreso de la Unión y con ello se llegue “al México de un solo hombre”.

 

         Seguí con atención la secuencia y la lógica del discurso de Krauze. Confirmé que la intelectualidad liberal de México, tiene en el director de la revista Letras Libres, a uno de sus mejores ejemplares. Una retórica, que al idolatrar la libertad la desvincula impecablemente del reino de la necesidad. Recordé la merecida burla con la que Cervantes trató estas conductas. Lo parafraseo: … y dan en ser liberales como si este fuese oficio que no tiene vínculo con la necesidad del mundo.

 

         En su resumida secuencia histórica del convulsionado siglo XX, Krauze refiere la conformación del poder absoluto de líderes de derecha e izquierda en Europa y Asia, también las dictaduras militares y de líderes revolucionarios en América Latina, que a su decir acabaron con las libertades, generaron muerte y destrucción. Utilizando un simple compás traslada mecánicamente estos acontecimientos internacionales, y sostiene que el formato de poder absoluto durante el mismo Siglo XX se expresó en México por la dictadura del PRI. El mismo simplismo de Vargas Llosa, a quien en su momento Octavio Paz corrigió en presencia del entonces joven Krauze. Paz precisó en aquella ocasión, la razón por la cual a México no se le podía echar en el mismo costal de las dictaduras latinoamericanas.

 

         Una vez encarrilado contra el PRI, Krauze no escatima y lo responsabiliza de todos los males de México. En particular acusa al presidente José López Portillo de haber causado la quiebra del país. Vaya manera de exculpar la responsabilidad de un sistema internacional cuya desregulación financiera había provocado la primera crisis sistémica de los años ochenta. Enseguida, en un esfuerzo de sutileza y no decir abiertamente que voten por Ricardo Anaya, pide que para la presidencia “voten por el candidato de su preferencia” pero advierte que dividan el voto para evitar una posible mayoría en el Congreso del candidato presidencial triunfador y con ello el restablecimiento de lo que insiste en llamar “el poder absoluto”.

 

         Elogia el hecho que desde 1997, año en que el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, ningún presidente ha tenido el poder absoluto en el Congreso, e insiste en que esto ha sido un logro de la votación dividida. Deposita en ello la suerte de la democracia y de las libertades. En ningún momento refiere que durante todos estos años, más de veinte, en los que el país quedó al garete de las fuerzas del mercado, la economía se mantiene virtualmente estancada o en un crecimiento económico mediocre, con su consecuente secuela de desempleo, hambre, emigración, violencia y narcotráfico.

 

         Tampoco acusa este liberal por excelencia, que durante estos mismos años, el poder absoluto que tanto parece asustarlo y con el que quiere asustar a los votantes, se concentró en una minoría rapaz, enriquecida vertiginosamente al calor de un modelo económico que virtualmente les remató los activos más importantes de la nación bajo el garlito de una desregulación económica que prácticamente los hizo propietarios del Estado Mexicano.

 

         Krauze tiene su estilo para separar el cielo de la tierra. Una democracia angelical, la construcción de un paraíso ideológicamente perfecto en donde el propósito de la justicia social que sostiene todavía nuestra Constitución, es un elemento perturbador de la utopía que supone que la mano invisible del mercado se encargará de las cosas del mundo.

 

         Debería de ser evidente, que el bienestar general o bien común, no escurrirá como elemento circunstancial de una competencia económica llevada a tantas relaciones humanas como fuere posible. Es evidente también que el liberalismo o neoliberalismo económico es esencialmente incompatible con una democracia vinculada a la justicia social. Más bien se puede advertir en estos modelos una pulsión intrínsicamente totalitaria por los procesos de descomposición social e ingobernabilidad que generan.

 

         El despotismo ilustrado de Krause, me recuerda lo que alguien dijo: el hijo del liberalismo, frecuentemente es el totalitarismo.

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