Un solo hombre no cambiará la ruta del país


 

No soy politólogo, pero ni falta que hace. Soy un observador como muchos, un testigo y también un protagonista de lo que nos sucede a diario, una parte chiquitita de la primera persona del plural, y no la soberbia tercera persona que utilizan los que no se quieren ensuciar las manos ni cuando se saben más cochinos que la inmundicia.

A una semana de las elecciones del 1 de julio, en las que no sólo el mapa político de nuestro país cambió radicalmente, sino también la visión de país que nos espera en el mediano plazo, sólo puedo decir que lo que sucedió en las urnas y que se reconoció con prontitud era algo esperado, aunque no a tal magnitud, ciertamente.

El hecho de que Morena haya raspado las ollas metafóricas del proceso electoral para convertirse en un partido hegemónico temido por los calenturientos defensores de la tradición del laissez faire, laissez passer, tiene una explicación que se basa en lo multifactorial y que, en general, los analistas lo han cubierto con sus explicaciones de visión superior, mientras que la ciudadanía, entre la cual me permito instalar, lo hemos vivido un día sí y otro también: corrupción, inseguridad, impunidad, desempleo, pobreza y hambre, más lo que se acumule en la semana.

Soy un individuo cercano a la literatura. Y en este momento recuerdo los versos aquellos de Francisco de Quevedo: “Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados; de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía”, y me es inevitable la imagen no derrotada, sino derruida de las tres grandes fuerzas políticas que cohabitaban con soberbia derramada, junto con sus marionetas, las cámaras y espacios de poder hasta antes del tsunami del hace una semana.

Algunos columnistas mencionan que, producto del movimiento AMLO, el PRI y el PAN han perdido casi todo, empezando por su identidad; sin embargo, la identidad partidista ya la habían perdido, lo cual no es necesariamente malo, considerando que en el mundo la evolución política pasa por el cambio de viejas identidades, sino que ambos partidos simplemente nunca aceptaron las nuevas identidades y quisieron navegar con sus banderas de siempre, esas que la realidad les restregó como falsas.

Esto no se puede explicar de otro modo: el PRI abanderando a un no priista que coqueteó permanentemente con su aparente condición ciudadana y dejando de lado a los activos más importantes que en su ADN llevan las instrucciones genéticas del tricolor, y el PAN se dejó arrebatar la candidatura por un joven arribista con mañas de viejo cacique priista hibridado con gobernador panista de mediana edad especialista en desfalcos y desvío de recursos, entre otras linduras.

No soy politólogo, pero ni falta que hace. Soy un observador que está convencido que un solo hombre no cambiará la ruta de un país que medianamente se mantiene flotando en la tormenta: según la OCDE, entre los países con datos disponibles México se ubica en el último lugar en la medición de una reducción de la desigualdad una vez que operan los impuestos, los subsidios y otros mecanismos públicos como la sanidad, herramientas con las que cuenta el Estado para redistribuir los ingresos, y pensar que Andrés Manuel López Obrador pueda cambiarlo todo desde la Presidencia en un solo sexenio es una ingenuidad.

Lo que AMLO sí puede hacer es establecer un régimen que siente las bases para que la transformación de todo lo tangible e intangible que forma al país sea una realidad en el mediano plazo. Y eso se puede lograr con el esfuerzo de todos, empujando desde ahora mismo hacia un mismo rumbo, el que nos beneficie a todos, no sólo a unos cuantos, como hasta ahora ha sucedido. Cosas veredes, Sancho amigo.

 

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