Desacreditar el PIB, no justifica el cero crecimiento


 

Por Alberto Vizcarra Ozuna

 

El saldo más cuestionado por los críticos de la política económica  neoliberal, aplicada ortodoxamente en México desde inicios de los años ochenta, es que registró un crecimiento económico mediocre. Por más de treinta años no pudo superar el promedio del 2 por ciento anual del Producto Interno Bruto (PIB). La ausencia de crecimiento económico se tipificó como el principal y peor síntoma de la aplicación de dichas políticas.

 

En torno a ello creció el consenso de que el sinónimo del neoliberalismo era la ausencia de crecimiento económico. Entonces, desde la oposición, López Obrador, fue una de las voces que se sumó a este consenso de críticas. Ahora,  al concluir el primer año de su gobierno, el crecimiento de la economía, según los datos recientemente oficializados por el INEGI, desciende a los niveles de cero. Con agilidad el presidente cambia su enfoque y dice que no importa el crecimiento económico, que lo importante es el desarrollo, exaltando el vigoroso paquete de asistencialismo social como sustituto del crecimiento.

 

Los resultado exiguos en el PIB, durante el largo episodio neoliberal, tuvieron un impacto extremadamente negativo en el desarrollo físico y social del país con su cauda de desempleo, desigualdad, emigración y la desintegración territorial de la nación, ahora tomada por las bandas armadas del narcotráfico internacional. Hay pues  evidencia empírica de que un débil crecimiento económico tiene como consecuencia una afectación social, luego entonces, separar el crecimiento del desarrollo, es solo una pirueta retórica con la que se procura quitarle al Estado la responsabilidad de dirigir la economía como un todo, para hacer posible tanto el crecimiento como el desarrollo.

 

Desacreditar la métrica del PIB, como lo implica el presidente, cuando esta le desfavorece, no refiere precisamente rigor intelectual. Tampoco exhiben rigor los apologistas del neoliberalismo, quienes critican el descenso del PIB, para reivindicar el mediocre 2 por ciento de crecimiento económico cargado de aberrantes distorsiones. Simon Kuznets a quien se le atribuye la creación de este sistema unificado de contabilidad, fue muy crítico con la pretensión de medir el bienestar a partir de la consideración exclusiva del ingreso percápita derivado del PIB. Siempre advirtió que es muy difícil deducir el bienestar de una nación remitiéndose solamente a la renta nacional.

 

Las advertencias de Kuznets sobre la falibilidad de la métrica que creó, nunca lo llevaron a despreciar el crecimiento económico. Por el contrario, sostuvo la importancia del papel del Estado en el estimulo a la creación de nuevas empresas, la inversión productiva y no especulativa, con políticas fiscales y crediticias como la fórmula para la creación de empleos y la ampliación de la base económica que le permita al estado una mayor recaudación de ingresos. Queda observado que la redistribución del ingreso no debe limitarse a la idea simple de repartir el dinero del presupuesto desdeñando el crecimiento económico, cuando la  forma más eficiente y sostenible de lograr la justicia social es la creación masiva de empleos productivos.

 

La distorsión mayor en el sistema contable del PIB, deviene de que la mayoría de los gobiernos, durante los últimos treinta años, perdieron vigor intelectual y fuerza política, ante el maremágnum especulativo que tomó control de prácticamente todas las economías del mundo occidental. Así se impuso y se hizo valer una economía basada en el dinero y una contabilidad indiscriminada que puso adentro del mismo costal las ganancias especulativas - desvinculadas de todo proceso físico- junto con aquellas que sí tienen relación con las actividades productivas.

 

Desestimar el crecimiento económico, con la ponderación de un desarrollo social que no tiene soporte de sustentabilidad, es una confusión que le puede costar muy caro al país. No es de dudarse que el presidente este satisfecho al darle cumplimiento a sus creencias, pero estas siempre se tienen que cotejar con la realidad, de lo contrario la realidad se encargará de derrumbarlas.

 

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