Certificación profesional de abogados y estado de derecho en Sonora


Héctor Rodríguez Espinoza


I. El país no vive su mejor momento.

La crisis de corrupción e impunidad nacional y las amenazas del coloso del norte, atenazan a nuestra nación.

El Estado es substancia y debe ser fuerza, fuerza regida por el derecho y obediente de los intereses populares.

La Historia no es un lugar para perdernos, sino para encontrarnos. Además, la historia patria nos enseña que la provincia ha sido el venero de ideas e ideales que han fluido al corazón político del país para reconducir indeseables conflictos, incluso armados.

          Así fue -por citar sólo un ejemplo cercano a nosotros- uno de los discursos más importantes del jefe de la revolución constitucionalista, don Venustiano Carranza, pronunciado en el salón de cabildo de Hermosillo, el  24 de enero de 1913. Lo finalizó así:

“Para terminar, señores, felicito públicamente al Estado de Sonora, que tan virilmente respondió con las armas para vengar un ultraje que constituye un baldón para la patria y una vergüenza de la civilización universal contemporánea.”

Venía de recorrer Coahuila a caballo y cruzar el Bolsón de Mapimí; de seguir por Chihuahua y llegar a esta ciudad de los naranjos, que había sido constituido en el refugio de los jefes de la Revolución. Es aquí donde logra formalizar su primer gobierno nacional, con un gabinete en el que figuraron el internacionalista Isidro Fabela, Rafael Zubarán Capmany, Adolfo de la Huerta, Felipe Ángeles, Jacinto B. Treviño e Ignacio Bonillas. Organizó el Ejército con tres grandes unidades: El Cuerpo de Ejército del Noroeste, comandado por el general Álvaro Obregón; el Cuerpo de Ejército del Noreste, comandado por Pablo González Garza y la División del Norte, comandada por Francisco Villa. Durante más de cinco meses, Hermosillo fue la capital de México.

Como participante en la segunda etapa de la Revolución Mexicana tras el asesinato de Francisco I. Madero, logró derrocar al gobierno usurpador del general Victoriano Huerta. Encabezó el Poder Ejecutivo desde el 14 de agosto de 1914 y Presidente de México de manera Constitucional de 1917 a 1920, año en que fue asesinado por tropas del general Rodolfo Herrero.

Los frutos de esta epopeya fue nuestro libro de cabecera y agua de uso diario: la Constitución Política de 1917, cuyo primer centenario recordaremos dentro de 9 días.

II. En este acto ciertamente provinciano, pero ejemplo que debe ser de proyección nacional, se conjuntan los esfuerzos institucionales y gremiales de tres entidades encargadas de la educación continua, profesionalización técnica y ética y certificación de Licenciados en Derecho: la Secretaría de Educación y Cultura, la Universidad de Sonora a través de nuestro Departamento de Derecho y nuestra Barra Sonorense de Abogados A. C. (Colegio).    

Con la Constancia de Idoneidad que nos concedió la Secretaría y sendos convenios de colaboración mutua, el Departamento de Derecho y nuestro Colegio culminamos hoy, después de un meticuloso procedimiento, el cuarto proceso de certificación y primero de re certificación

De más de 70 solicitudes recibidas, la lograron 52 Licenciados en Derecho, y la mayoría egresados de nuestra máxima casa de estudios y cultura.

Por eso debemos recordarles el Lema de nuestro Departamento, escrito en su 50° aniversario, por el recordado jurista y Notario Fortino López Legazpi, recreando a Ulpiano:

“Los preceptos del Derecho son: vivir honestamente, no dañar a otro y dar a cada quien lo que le corresponde.”

Don Fortino pertenece a aquella pléyade de nuestros padres fundadores del aprendizaje del Derecho y de las ciencias sociales: Abraham F. Aguayo, Alfonso Castellanos Idiáquez, Miguel Ríos Gómez, Carlos V. López Ortiz, Enrique E. Michel y Manuel V. Azuela, por cierto todos miembros de nuestra Barra.

Infortunadamente, en los cinco cambios de edificio que hemos tenido desde aquel lejano año 1953, se perdieron las placas de bronce con sus nombres colocadas en nuestras aulas. Habría que recuperar su memoria. También tenemos una deuda de gratitud con los catedráticos que, en el año de 1955, salvaron a nuestra escuela de su inminente cierre, en días críticos por falta de profesores: David Magaña Robledo, Cipriano Gómez Lara y Carlos Arellano García.

Todos ellos tuvieron una virtud en vías de extinción: mística. ¿Cómo olvidar aquella tarde cuando el Maestro Arellano García llegó quince minutos retrasado a nuestra clase de Derecho Administrativo y se disculpó con nosotros diciéndonos que era porque venía “del Panteón Yañez de enterrar a un hijo”? ¿¡Cómo!?

Con su rescate, también aportaron su vocación y sabiduría Roberto Reynoso Dávila, Miguel Ríos Aguilera, José Antonio García Ocampo, César Tapia Quijada, Juan Antonio Ruibal Corella, Germán Tapia Gámez (cuya certificación hoy nos honra); y exalumnos distinguidos encabezados por Lamberto Morera Mézquita,  Francisco y Rafael Acuña Griego, Miguel A. Soto Lamadrid. María Inés Aragón Salcido, Ma. Teresa González y muchos otros jóvenes posgraduados que hoy enseñan con responsabilidad.

III. La más depurada técnica jurídica, sin una mínima ética laica, es como una campana sin badajo: no suena.

Recordemos el que fue el mejor discurso del siglo XX, “Yo tengo un sueño”, pronunciado por Martin Luther King, el 28 de agosto de 1963, delante del monumento a Abraham Lincoln, en Washington, DC, durante una histórica manifestación de más de 200,000 en pro de los derechos civiles para los negros en los Estados Unidos.

Parafraseándolo -y toda proporción guardada- pudiéramos decir que, en la Barra Sonorense y en nuestra Universidad, tenemos el sueño de que, algún día, todos  los que ejercemos la ciencia y arte del Derecho (excepto los indeseables e impresentables), desde las aulas escolares, los Juzgados Calificadores, la procuración y administración de justicia y ejecución de las penas privativas de libertad de los tres órdenes de gobierno, por acreditar una educación continua, obtendremos y mantendremos la certificación profesional, por respeto a nosotros mismos, a nuestros padres, a nuestros discípulos y alumnos y a la sociedad que nos sostiene, a los que nos debemos. Sólo así se podrá prevenir y sancionar el cáncer de la corrupción y su impunidad, que corre el riesgo de hacer metástasis en el cuerpo judicial nacional.

IV. Como el Lema de la Barra Sonorense es “Moralidad y Justicia”, no voy a abusar de su tiempo con citas de Osorio, Couture, Calamandrei y Arellano García. Pero sí viene al caso evocar a dos de mis grandes maestros: Eduardo García Máynez y Mario de la Cueva.

Don Eduardo nos dijo, en memorables palabras, el 3 de noviembre de 1975:

“Quienes frecuentamos, entre 1925 y 1950, las facultades de jurisprudencia y de filosofía, tuvimos muchos buenos profesores y dos grandes maestros, en la más noble acepción de esta palabra: Antonio y Alfonso Caso. La diferencia que entre ellos y la mayoría de nuestros catedráticos era, precisamente, la que separa a estos dos términos: maestro y profesor. El profesor es para el alumno la persona que cumple, con mayor o menor acierto, su función académica específica y nada más; el maestro, en cambio, no únicamente enseña, también educa. La acción de aquél se desenvuelve y concluye dentro del marco estrecho de la asignatura y el aula: la de éste rebasa tales límites y proyecta su influencia formadora sobre el horizonte total de la existencia del discípulo. El profesor transmite conocimientos, el maestro hacer pensar, es guía para la vida y suscita vocaciones y entusiasmo. De aquí que, a la diferencia entre profesores y maestros corresponda, en el polo opuesto, una distinción paralela entre alumnos y discípulos, pues el profesor tiene alumnos, en tanto que el maestro, quiéralo o no, pronto se ve rodeado por un grupo más o menos grande, de fieles seguidores.”

Don Mario, también en ceremonia de graduación de pasantes de la generación 1961-1966, a la que pertenezco, el 3 de noviembre de 1964 nos regaló estos conceptos, que constituyen toda una lección de ética profesional laica:

“Nuestro sendero es luchar por la aplicación del derecho a la libertad, de la igualdad y la justicia, ante los tribunales o delante de los poderes estatales, sin perder nunca de vista que: el fin del jurista no es enriquecerse, ni ganar muchos negocios, sino decir y pedir la justicia; sin olvidar tampoco que, en sus sentencias, debe atender sólo a la verdad, y que debe ser generoso con el caído e implacable en la defensa de los derechos humanos; que no debe patrocinar causas injustas y que habrá de decir a sus clientes, cuando no tengan razón, que deben reconocer el derecho de los otros.”

¿Que esto es una utopía? ¡Claro que la es!, pero ¿qué otra cosa es la Justicia, sino una utopía, pero una utopía necesaria?

V. Avalo el reconocimiento de Lic. Jorge Villa a cada uno de los miembros de nuestro Consejo y reconozco los esfuerzos pioneros de nuestros expresidentes de la Barra, Lic. Otoniel Gómez Ayala y Lic. Héctor Monteverde y del expresidente del Consejo, Mtro. Andrés Miranda Guerrero.

En nuestro Colegio cultivamos la gratitud, por ello –en vida- en su momento colocamos una placa en el Auditorio con el nombre del expresidente Lic. José Antonio García Ocampo y otra en la Biblioteca con el nombre del expresidente Lic. Raúl Encinas Alcántar. 

¿Qué sigue? Un quinto y sucesivos procesos de deberán ser más exitosos que los anteriores. Podrían ser ya por especialidades o, al menos, por las clásicas áreas de conocimiento: Público, Privado y Social. Pero por supuesto con un conveniente, necesario y razonable filtro ético. Además, la re certificación cada tres años. ¿Por qué? Porque el Derecho se transforma constantemente, si  no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado (Couture) y un poco menos juez y un poco menos profesor.

VI. Termino con un legado moral, poco conocido, del padre de la Teoría Pura del Derecho, Hans Kelsen. Es un antídoto a la tentación de nuestra proverbial soberbia al ocupar un cargo, así sea efímero:

      “Una experiencia quisiera yo expresar: que en la vida, aun en una vida esencialmente desenvuelta entre hombres de ciencia, es importante, ante todo, el carácter moral del hombre; que el amor a la verdad, el auto conocimiento, la paciencia, la voluntad de no hacer mal a nadie y de controlar tanto como sea posible el natural afán de sobresalir, no son menos importantes que el saber objetivo; y que estas propiedades del carácter tienen influencia, aun en los resultados del trabajo científico.”

Muchas gracias.

Palabras pronunciadas, como Presidente del Consejo de Certificación de la Barra Sonorense de Abogados A. C. (Colegio), en la ceremonia de entrega de diplomas y Cédulas de Licenciados en Derecho Certificados, el 27 de enero del 2017.

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