Tópicos urbanos

SENTADO A LA PUERTA DE MI HOGAR

Sentado a la puerta de mi hogar, paseando la mirada de derecha a izquierda, y viceversa, tratando de detectar algo que no estuviera bien, o algo que pudiera estar mejor, caí en cuenta de que lo más importante no era el deficiente estado del pavimento, la luminaria faltante, la fuga de agua que tiene varios días sin que venga alguien a arreglarla, los baches y el mal estado de las banquetas, la incesante violación del reglamento de uso del suelo, o la reseca maleza que crece en la cuneta de la calle. Inclusive tampoco era el sofocante calor que, por lo demás, en nuestra tierra no tiene remedio, y es el pan nuestro de cada día entre los meses de junio a noviembre.

Lo más serio es la falta de comunicación que, me doy cuenta, existe entre los vecinos que viven a unos cuantos pasos unos de otros. Pasaron varios de ellos frente a mí y uno apenas si se dignó inclinar la cabeza en señal de saludo, otro hizo como que no me vio, y así por el estilo. No existe la mínima convivencia, la más pequeña relación amistosa o cordial entre los vecinos que tenemos nuestros hogares sobre esta calle.

Y ello me hace reflexionar en que Hermosillo está adquiriendo aquella indiferencia, aquella impersonalidad que caracteriza a las grandes ciudades… siendo, como es, apenas una ciudad de tamaño mediano que insensatamente pretende convertirse en gran ciudad. Grande en población y grande en problemas, pero minúscula en cuanto a calidad de vida.

Esto representa un problema serio, y que está modificando sustancialmente el clima de convivencia tradicional que caracterizó a nuestra ciudad y a sus habitantes durante mucho tiempo. Cuando no existe convivencia amistosa, cordialidad y un razonable interés en los demás, es imposible pretender unidad y capacidad de solución a los problemas que nos son comunes.

Cada quién para su santo puede ser cómodo. El aislamiento también, pero ningún hombre es una isla, y a medida que perdemos nuestra capacidad de compasión, de comprensión, de asombro y de interesarnos por los demás, perdemos una parte importante de la razón de vivir en comunidad.

EL CERRO DE LA CAMPANA 

Tal vez estará usted de acuerdo conmigo en que el Cerro de La Campana es el ícono natural por excelencia de Hermosillo, nuestra ciudad. Existen además algunos edificios representativos que han sido utilizados como íconos no naturales, como el Museo y Biblioteca de la UniSon, la Catedral, el Palacio de Gobierno, etcétera, pero ícono natural, solo el Cerro de La Campana. Rodeado por todos lados por esta ciudad que crece de manera incontenible, el Cerro de La Campana es y ha sido mudo testigo de todas las etapas históricas de Hermosillo y siento que por lo menos para quienes aquí hemos nacido y vivido, tiene un valor sentimental insuperable.

Cuando yo estaba chamaco la gran aventura era “escalarlo” por su costado norte en compañía de la palomilla hasta llegar a la punta. A veces descendíamos por el otro lado, el costado sur, y a través de los arenales del cauce seco del río nos llegábamos hasta “La Sauceda” y “El Guamuchilón” para bañarnos ya sea bichis, o con “livais” recortados, en el canal que corría por las faldas del Cerro de la Cementera, donde se localiza la cueva de Santa Marta, cuyo acceso ha sido clausurado por motivos de seguridad.

Hace bastantes años, ya en la edad adulta, mi esposa y yo acostumbrábamos subir al Cerro por la calle empedrada en los días de Semana Santa, con motivo de la realización del Vía Crucis viviente con que se conmemora la pasión y muerte de Jesucristo. Otros hermosillenses suelen subirlo habitualmente en plan de ejercicio físico. Y cada vez menos visitantes lo hacen en plan de paseo nocturno, debido a lo peligroso que se ha vuelto ese lugar. Desde su cúspide los fotógrafos profesionales o aficionados toman las fotografías escénicas que muestran con claridad la dimensión que ha adquirido esta ciudad nuestra en la que vivimos, y en la que transcurre nuestra cada vez más atribulada existencia.

Pues bien, a este amado cerro, que forma parte indivisible de la ciudad y al que nos ligan la historia, el corazón y la nostalgia, en un momento dado, por allá a principios de los 90s, le empezaron a salir una serie horrorosos forúnculos en su parte más alta. Una construcción que es o fue propiedad de una empresa privada aparentemente filial de Televisa, las enormes antenas que supongo ya resultan obsoletas con las nuevas tecnologías, y en fecha más reciente el mirador construido por el ayuntamiento en tiempos de Javier Gándara. Tengo entendido que ni la instalación de las antenas, ni la edificaciones realizadas en diferentes épocas fueron sometidas a la aprobación de las dependencias correspondientes, y desde luego no cumplen con una serie amplia de requisitos, entre ellos las manifestaciones de impacto ambiental. Pero ¿a quién le importan esas tonterías?

Los resultados están a la vista y, la mera verdad, ecológica, estética y arquitectónicamente hablando me parecen desastrosos. Abrigaba yo la esperanza de que en cualquier momento alguien elevaría la primera protesta. Tal vez el colegio de arquitectos que existe en nuestra ciudad, o bien alguna asociación u organismo cívico o privado. Quizá alguna sociedad de historiadores, o alguna universidad. Pero he visto como transcurre el tiempo y las construcciones permanecen, y los forúnculos (construcciones) y los pelos metálicos (antenas) siguen afeando al Cerro de la Campana, sin que suceda nada. A nadie parece importarle un ardite.

Es evidente que, dadas los intereses que se pusieron juego, y las poderosas influencias de las empresas involucradas, tal vez no sea posible ordenar la demolición de los adefesios, lo cual nos coloca en una situación de indefensión e impotencia que indigna. El Cerro de la Campana, nuestro amado Cerro de la Campana, ha sido sentenciado por toda la eternidad.

¿Cómo fue posible que por error de la autoridad, por falta de atención de las dependencias responsables, por el nefasto tráfico de influencias, o por simple y llana corrupción, una empresa del D.F. haya venido a “decorarnos” de por vida al Cerro de La Campana con una serie de adefesios que ofenden al más elemental buen gusto, y al más elemental respeto por la historia de la ciudad? Como sea, me parece urgente que se siente un precedente para el futuro, porque las laderas del Cerro han seguido siendo invadidas, ahora de abajo hacia arriba, por construcciones a todas luces irregulares, de manera que cuando menos lo pensemos, nuestro querido y venerado Cerro de La Campana se va a convertir en un muestrario de monstruosidades de todo tipo.

Este asunto de las verrugas y los forúnculos constituye un caso que, de hecho, nunca debió darse. Es de suma importancia que las autoridades municipales presentes y futuras tomen conciencia de las consecuencias de no revisar y analizar cuidadosamente los alcances este tipo de irregularidades, independientemente de que vengan muy bien respaldadas por las más altas autoridades estatales y/o federales. Televisa podrá haber tenido en su momento una enorme influencia allá en el D.F. mas no por eso va a venir, ni sus dueños ni nadie, a hacer lo que se les antoje aquí en Hermosillo.

De hecho, existe un decreto poco conocido emitido por Luis Encinas cuando fue gobernador (1961-1967), en el cual se consagra el Cerro de la Campana a la memoria de Jesús García, y se estipula que no se podrá edificar nada en ese lugar, salvo que sea en homenaje al Héroe de Nacozari. Hasta donde sé, el decreto permanece vigente y no ha sido derogado. Las propias autoridades se han limpiado el trasero con ese decreto.

El hermoso y distintivo Cerro de la Campana fue violado ante la mirada impávida de centenares de miles de hermosillenses y casi nadie protestó, casi nadie levantó la voz y, de esta manera la atrocidad se consumó y podemos afirmar que no hay vuelta atrás. El daño es irreversible y para siempre. Las verrugas y los pelos ahí quedarán, como testigos eternos de lo que la indiferencia y el importamadrismo ciudadano, aunado a la irresponsabilidad gubernamental y la ambición empresarial pueden provocar, cuando coinciden en un momento dado.

No quisiera parecer arrogante o presumido, pero me cabe la satisfacción de haber levantado mi voz en plan de protesta cuando al bien-amado Cerro le salieron las primeras verrugas, por allá en 1992 o 1993, es decir, en tiempos del Guaty Iberri y Manlio Fabio Beltrones. Por ahí en las ediciones de El Imparcial de aquellos días quedaron publicadas una o dos colaboraciones mías como prueba de mi oposición a la imperdonable atrocidad cometida.

Por supuesto, mis nietos y los hijos de mis nietos ya no podrán ver al Cerro de la Campana como lo vimos yo y los hermosillenses de todas las generaciones hasta la década de los 90’s. Tendrán contentarse con ver alguna vieja fotografía (porque las tarjetas postales ya no existen) para poder tener una idea de cómo se veía sin las verrugas -que son una mentada de madre diaria que recibimos los hermosillenses de ayer, que sí lo conocimos como fue antes- que le han salido porque no tuvimos el amor y las agallas suficientes para impedirlo.

Después de todo las autoridades van y vienen y quienes quedaremos aquí para recibir la bofetada diaria de las tonterías cometidas somos nosotros y nuestros descendientes, que sufriremos la pena constante de ver la cara de nuestro amado Cerro de La Campana lleno de verrugas y cicatrices por la falta de responsabilidad y previsión de quienes, en su momento, pudieron y debieron haberle evitado tan grande ofensa al símbolo natural por excelencia de la ciudad de Hermosillo.

Agradeceré su comentario a continuación, o envíelo a oscar.romo@casadelasideas.com

En Twitter soy @ChapoRomo

Comentarios

Comenta ésta nota

Su correo no será publicado, son obligatorios los campos marcados con: *