Hay una leyenda urbana de la política sonorense según la cual, en algún momento de su ejercicio, los ocupantes principales de los edificios de gobierno municipal y estatal, contiguos por cierto, entran en un proceso de distanciamiento, cuando no de confrontación, independientemente que ambos pertenezcan o no al mismo partido político.
La alcaldía de Hermosillo, se dice, ha sido una trituradora de candidaturas a la gubernatura. En la historia moderna, ningún presidente municipal de la capital ha llegado al palacio de enseguida, y miren que son varios los que lo han intentado.
El recuento es largo y alimenta desde hace tiempo esa leyenda urbana. Épico fue el choque de Manlio Fabio Beltrones con Guatimoc Iberry, pero no han sido menores los de Armando López Nogales con Pancho Búrquez; de Eduardo Bours con Ernesto Gándara o de Guillermo Padrés con Alejandro López Caballero que terminó, este último dándole la espalda al candidato de su partido, el PAN, Damián Zepeda, propiciando el triunfo del priista Manuel Ignacio Acosta en la alcaldía y provocando una división que contribuyó de alguna manera a la derrota de Javier Gándara en la contienda por la gubernatura en 2015.
Esa especie de maldición parece que se va disipando en el caso de los actuales ocupantes principales de ambos palacios, Alfonso Durazo Montaño y Antonio Astiazarán Gutiérrez.
Su relación no ha estado exenta de rispideces, sobre todo en coyunturas electorales, pero han sabido sobrellevar eventuales -y naturales desavenencias- lo que en parte se explica porque ambos son políticos profesionales y viejos conocidos, colaboradores en alguna parte de sus carreras en el servicio público federal y con relaciones familiares y de negocios desde hace tiempo.
El tema viene a cuento porque, como otros alcaldes y alcaldesas de la capital, Antonio Astiazarán alberga inocultablemente su intención de contender por la gubernatura en el cada vez más cercano 2027 y el gobernador, naturalmente tiene la encomienda de retener para su partido la gubernatura ese año, para lo cual tiene un ‘line up’ bastante nutrido.
No se sabe si de aquí a entonces, gobernador y alcalde entren en la ruta de la confrontación, pero hasta ahora se puede decir que ambos han llevado la fiesta en paz y si me apuran tantito, diríase que al Toño, el gobernador le ha prodigado mejor trato que a otros alcaldes de su propio partido, Morena.
Ayer estuvieron juntos en un par de eventos públicos, uno de ellos importante para la capital, pues se entregaron obras de rehabilitación de vialidades en el centro histórico por el orden de los 50 millones de pesos; un par de días antes, el gobernador supervisó los avances de la rehabilitación del mercado municipal donde se invierten más de 60 mdp y las del parque La Sauceda, donde se han invertido 200 mdp en su primera etapa.
Las calles rehabilitadas son de las principales en el centro de la ciudad, la Matamoros y la Serdán, donde se reemplazó toda la infraestructura subterránea, se pavimentó con concreto hidráulico, se construyeron guarniciones y banquetas nuevas e incluyentes con accesibilidad y guía podotactil para personas con discapacidad.
Esto es parte de un proyecto mucho más ambicioso para remozar todo el centro histórico de Hermosillo rescatando la vocación turística de ese sector, al que mucha falta le hacía un zarpazo de tigre, no una manita de gato, como está sucediendo con la rehabilitación de 14 vialidades y otras obras en las que se aplican más de 300 millones de pesos.
El punto es que al gobernador y al alcalde se les vio muy felices y contentos, en muy buena sintonía y trabajando juntos por el progreso de la capital, lo que hace albergar la expectativa de que aquella maldición de confrontación entre los ocupantes principales de ambos palacios estaría despejándose. Ignoro cómo se vayan a poner las cosas más adelante, pero por lo pronto se advierte una buena armonía.
Y eso que el evento sirvió también para ‘placear’ algunos de los perfiles que el gobernador tiene en la chistera para la próxima contienda electoral, como el secretario de Gobierno, Adolfo Salazar Razo; su jefa de Oficina, Paulina Ocaña y el secretario de Educación, Froylán Gámez, que no tiene nada que ver con las obras de infraestructura urbana, pero sí con el segundo evento en el que se entregó la Biblioteca Gerardo Cornejo Murrieta, del Colegio de Sonora.
Este inmueble comenzó a construirse hace dos sexenios, pero se abandonó dejándolo solo en obra negra. Hoy es un edificio de tres plantas en una superficie de más de tres mil metros cuadrados en el que se invirtieron más de 16 millones de pesos.
Lo más cabrón estuvo cuando el gobernador anunció que donará 10 mil libros de su biblioteca personal al Colegio de Sonora. Nomás me quedé pensando en el espacio que ocupan todos esos ejemplares y el tiempo que se necesita para consultarlos o más aún, para leerlos. Solo espero que en esa donación no vaya la edición corregida y aumentada de mi libro “De La Habana a Camagüey” que le regalé el año pasado, pero si se desprendió de un ejemplar de “Cien años de soledad” autografiado por Gabriel García Márquez, pues solo quiero creer que serán los textos más buscados por los académicos del Colegio de Sonora, aunque sea para tomarse la selfie con ellos. A huevo.
Donó además otros siete mil 500 libros en formato digital, con lo que incrementa de manera importante el patrimonio cultural de esa institución, sin duda una de las más respetadas en el estado y en todo México desde que el gobernador Samuel Ocaña García tuvo la visión de generar para la posteridad un sólido baluarte de la academia, la investigación y la docencia.
Pero bueno, ya nos perdimos. El tema central era la empatía que hay entre el alcalde y el gobernador, que advierte sobre la posibilidad de una nueva era en la que se ahuyente esa larga historia de choques, algunos frontales entre los ocupantes principales de ambos palacios.
Ya lo veremos más adelante…
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