RODOLFO CAMPODÓNICO Y LA ROTONDA DE LAS PERSONAS ILUSTRES SONORENSES
Héctor Rodríguez Espinoza
Rodolfo Campódonico. El pasado 7 de enero se cumplieron 99 años de la muerte de Don Rodolfo Campodónico, compositor musical de valses mexicano y de nuestro segundo himno Club verde. Su nombre completo era Rodolfo Víctor Manuel Pío Campodónico Morales. Le he dedicado algunas colaboraciones (“Rodolfo Campodónico: Música, revolución y exilio”). El próximo año festejaremos el centenario. Las autoridades competentes deberán prepararlo:
https://www.primeraplanadigital.com.mx/blog/2020/07/03/rodolfo-campodonico-musica-revolucion-y-exilio/)
La efeméride, como tantas otras, pasó inadvertida para los organismos educativos y culturales, ya no digo para las desmemoriadas autoridades políticas, en afán ciertamente de acreditar su triunfo electoral, demostrar su alto contraste con regímenes anteriores y, a su vez, combatir la corrupción y su impunidad y los efectos, por su velocidad sin precedentes, de la morbilidad y mortalidad del fracaso de la seguridad social sonorense, con que la globalización y el sistema económico que la enmarca modifican la vida de los 7,800 millones de habitantes del planeta. Difícilmente alguien va a quedar al margen del tumulto de cambios que nadie realmente está en capacidad de dirigir o controlar.
Mi lector Nadir Michel Zeinún, hijo de mi inolvidable maestro Enrique E. Michel, me escribe: “Pocos reconocimientos ha recibido después de tanto tiempo y tantas administraciones. Una plaquita y la calle en la colonia Centenario. Gracias querido amigo Héctor Rodríguez Espinoza por recordar tan célebre fecha.”
Déjenme remembrar. Un dato efímero pero importante. En los años 1982-1983, como Coordinador General de Cultura (antecedente del ISC), a mis instancias, caminábamos en el DF el gobernador Samuel Ocaña García, su secretario particular Cayetano García Puebla y yo rumbo al Palacio de Bellas Artes, para entrevistar a su director Lic. Javier Barrios Valero. Me urgía destrabar, diplomáticamente al más alto nivel, las proverbiales políticas culturales federales y centralistas, para que fluyeran los apoyos y giras de grupos artísticos famosos. Sabroso café de por medio, finalmente lo conseguimos y consta en los medios y hemerotecas de la época.
En la lluvia de ideas y de indicaciones de banqueta muy propias del Dr. Ocaña (así germinó mi libro testimonial La cultura en Sonora, 1985, agotado, ¿reeditable?), platicó de la aspiración, necesidad histórica y cultural de edificar -a la manera de la Rotonda de los hombres ilustres (modificada por presión feminista, por decreto presidencial del 2003, a “personas ilustres”) y la de Jalisco-, una Rotonda de los Sonorenses Ilustres.
Me consta que, tratándose de su intención de traer a su solar patrio los restos de Rodolfo Campodónico, Don Samuel comisionó a su oficial mayor, José de Jesús “Pachi” Rochín Durazo, quien habló con sus familiares, pero su gestión fue infructuosa, por la negativa de estos. Habría qué insistir.
Rotonda. Volviendo a la rotonda, desde entonces he masticado, pero nunca digerido, el tema. Era, es y seguirá siendo materia de un debate amplio, profundo, necesariamente democrático y quizá no ocioso, pero sí interminable.
¿Qué significa Persona Ilustre? En Wikipedia: “Se conoce a la persona que, después de haberse dedicado durante años a una o varias áreas, ya sean artísticas, de investigación, religiosa, militar, etc., destacaron de entre los profesionales de su tiempo, colaborando en el desarrollo y crecimiento del país o la región, llegando a tener reconocimiento local o mundial y siendo un referente para las generaciones futuras.”
¿En y de qué ramas del milenario pensamiento y talento humano, inspirado en o aterrizado en Sonora, emergieron estas personas dignas de tal honor y distinción eterna y sus nombres inscritos en bronce o en mármol? ¿paridad de género necesaria? ¿en las armas?, ¿en las religiones? ¿en la Educación? ¿en la política partidista? ¿en la política legislativa, administrativa y judicial? ¿en las Ciencias Naturales y Sociales?, ¿en las Bellas Artes?, ¿en los medios masivos de comunicación?, ¿en el deporte?, …
¿Quién lanzaría -¿el Congreso local o el gobernador, con qué calidad moral y legitimidad popular y en qué términos?- la convocatoria para, primero, conformar un jurado calificador libre de toda sospecha y mácula, en un mundo provinciano de un subdesarrollo integral del noroeste, tan desigual y combinado?
Luego, al postularse o ser propuesta las personas, de acuerdo a las bases convocadas y abierta la auscultación popular para apoyo u objeciones, ¿no faltarían los profesionales de la ponzoña y quienes arrojen sus complejos y vilezas, en un medio socio cultural de tantos claroscuros en el que, quienes no estaríamos en el infierno de Dante Alighieri, lo haríamos en el purgatorio imaginado por el poeta florentino?
Experiencias. Existen las buenas experiencias de los Consejos de la crónica o de los cronistas municipales, que han demostrado que sí es posible un consenso promedio, por encima de improperios a la medida de su mediocridad y envidia.
Tenemos las Comisiones municipales de nomenclatura que, históricamente, han decidido los nombres de las fechas históricas, de los monumentos y de los personajes, para imponer a las plazas, bulevares, avenidas y calles.
Mi desaparecido amigo e historiador, Lic. Juan Antonio Ruibal Corella publicó, en mayo del 2011, un excelente ensayo sobre Los personajes de la ciudad (basado en las avenidas y calles), en cuya presentación invitó y honró, para presentarlo, a la historiadora María del Carmen Tonella, al ex cronista Rómulo Félix Gastélum, al Cronista Ignacio Lagarda y a este memorioso.
El Lic. Enrique Chávez, distinguido vecino del centro histórico, nos aportó hace poco otro interesante ensayo sobre la nomenclatura de ese espacio tan importante, pero a su vez tan descuidado por décadas.
En los panteones municipales hay manifestaciones, ciertamente privadas, de mausoleos, capillas o tumbas, cuyos restos mortales han inspirado una expresión artesanal o hasta artística dignas de su reconocimiento póstumo y visitadas en sus aniversarios.
En la pared sur, planta baja, de la rectoría de la Universidad de Sonora, descansan los restos de un fundador -yerno del filósofo oaxaqueño José Vasconcelos-, Lic. Herminio Ahumada, político (Soyopa, Son., 7 octubre 1899–D.F., 1 julio de 1983). Y en algunos departamentos existen placas de bronce de docentes distinguidos, según criterios muy propios de autoridades de la época.
Inquietudes legítimas. En “La disputa por las calles” (El imparcial, 9 enero 2021), el historiador Joaquín Robles Linares analiza y -al final- desliza fina crítica de los vaivenes de la política pública municipal: “Hay una avenida que da una idea cercana de la lucha por la memoria en la capital, empieza Manuel Clouthier, sigue como Agustín de Vildósola, se convierte en general Antonio Rosales, cambia a Abelardo L. Rodríguez, aparece como Eusebio Francisco Kino y termina en Enrique Mazón. …” Le faltó que, continúa al oriente como Gilberto Gutiérrez Quiroz. Y remata: “En el pasado, el cambio iba de acuerdo a una gesta o momento histórico, sin omitir a los lisonjeros de siempre, pero es evidente que el gobierno actual quiere imponer una nueva narrativa urbana, sin detenerse a meditar que, el espacio público no es de su propiedad y ganar elecciones en un país democrático no es comparable a una revolución. Esta práctica que se impone desde el poder, no responde a los deseos de los ciudadanos, sino al tamaño de sus limitaciones y resabios. Primero los resultados y luego los símbolos.”
El ideólogo priísta, Bulmaro Pacheco, en “¿Con el nombre que pongas, serás medido?” (Kiosco Mayor, 9 enero 2021), expone una completa revisión de la nomenclatura política estatal, sus particulares consideraciones y una propuesta concreta.
Pero si se trata de personas ilustres para figurar en una rotonda, son ya palabras mayores.
Rotonda de las personas ilustres.
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